María dijo: “Proclama mi alma la grandeza del
Señor, se alegra mi Espíritu en Dios, mi salvador”. El Señor, dice, me
ha engrandecido con un don tan inmenso y tan inaudito, que no hay
posibilidad de explicarlo con palabras, ni apenas el afecto más profundo
del corazón es capaz de comprenderlo; por ello ofrezco todas las
fuerzas del alma en acción de gracias,...
“Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo”...
Porque sólo aquella alma a la que el Señor se digna hacer grandes
favores puede proclamar la grandeza del Señor con dignas alabanzas y
dirigir a quienes comparten los mismos votos y propósitos una
exhortación como ésta: “Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre”.
Pues quien, una vez que haya conocido
al Señor, tenga en menos el proclamar su grandeza y santificar su nombre
en la medida de sus fuerzas será el menos importante en el reino de los
cielos. Ya que el nombre del Señor se llama santo, porque con su
singular poder trasciende a toda creatura y dista ampliamente de todas
las cosas que ha hecho.
“Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia”. Bellamente llama a Israel siervo del
Señor, ya que efectivamente el Señor lo ha acogido para salvarlo por ser
obediente y humilde, de acuerdo con lo que dice Oseas: “Israel es mi
siervo, y yo lo amo”.
Porque quien rechaza la humillación
tampoco puede acoger la salvación, ni exclamar con el profeta: “Dios es
mi auxilio, el Señor sostiene mi vida, y el que se haga pequeño como
este niño, ése es el más grande en el reino de los cielos.
"Como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abrahán y su
descendencia por siempre”. No se refiere a la descendencia carnal de
Abrahán, sino a la espiritual, o sea, no habla de los nacidos solamente
de su carne, sino de los que siguieron las huellas de su fe... De modo
que el advenimiento del Salvador se le prometió a Abrahán y a su
descendencia por siempre, o sea, a los hijos de la promesa, de los que
se dice: “Si sois de Cristo, sois descendencia de Abrahán y herederos de
la promesa” (Ga 3,29). Con razón, pues, fueron ambas madres quienes
anunciaron con sus profecías los nacimientos del Señor y de Juan... y la
vida que pereció por el engaño de una sola mujer sea devuelta al mundo
por la proclamación de dos mujeres que compiten por anunciar la
salvación.
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